martes, 22 de febrero de 2011

Soñé


Los observaba omnisciente haciendo la pereza valiente en las gradas del templo. Uno de ellos introducía con tal maestría la navajucla que dirigía el chorro de sangre que salía de su antebrazo hacia la cuadrilla enemiga. Todos reían, yo sentía miedo. Vi a sus mujeres vestidas de diosas sobre una esterilla de bambú. Pechos de marea, ojos y piel...
Su belleza me tranquilizó.

Anoche la Maestra habló del apego a las canicas. Las canicas que me han dejado en canicas tantas noches como anoche en que me escabullí en una sala de abordar y le conté llorando a una azafata sobre mis ganas de volver.

El rechazo a los demás te empobrece, dijo la Maestra mientras jugaba con un caramelo entre la lengua y los dientes. Más tarde mi espíritu errante caminó sobre el campo de batalla, buscando el cadáver del compañero caído para darle Santa sepultura. Como tantas otras veces, no lo encontré.

Tenochtilan, Lhasa de Sela, mis pilates y Buddha me calientan con su vaho.

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