No me acuerdo de su apodo, pero tenía fama de ser perro. Su clase era Historia de México y fue mi primer maestro que daba cátedra en lugar de clase.
Nos lo dijo desde el primer día, todo lo que aprenderíamos en el año saldría de su boca, no habría fotocopias ni cuestionarios, solo él, nosotros, lápiz y papel. Las notas tomadas en la libreta durante el curso escolar formaban parte de la evaluación.
Desde Cuitlahuac hasta la Doctrina Estrada, con mi maestro de Historia aprendí a escribir rápido y a amar a la patria.
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