Para Dulcamara
He encontrado la respuesta: Sí puede.
Lo supe gracias a mi hermano. Mi hermoso Juan, mi violento Pedro, con su piel más rosa que la mía, su nariz más recta, sus ojos más bellos y más tristes, su boca perfecta.
El buscó en los números lo que yo encontré en las letras. He allí el origen de la contigencia. No hay ecuación para exorcizar nuestros demonios. A mi sangre le hicieron falta colores para poder zurrar el dolor acumulado.
Por lo tanto, observando mi reflejo en el espejo humeante del pasado concluyo que el arte sí puede salvarnos la vida. Nos salva de la muerte de la auto compasión a través del impulso convulso de la creación.
La literatura, Edurne, no nos ha envenenado, nosotros nos envenenamos solos. Hace falta vivir con las letras, ver su fealdad matutina, mirarlas despacio cuando la luz del atardecer las vuelve iridiscentes, escucharlas putear y golpear la puerta, para aprehenderlas de vez en cuando en tu humana y trémula mano y rasgar con sus relieves y filos, por un instante, lo divino.
Pregúntale a Ana, ella ejerce lo que digo.
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