domingo, 3 de abril de 2011

Pochi

Después de seis meses al fin cruzaba la Navarrería con un helado en la mano, un vasito de vainilla con galletas maría. Era la primera tarde tibia del año, la gente se movía excitada como si una manada de hormigas mantequeras se les hubiera subido al cóccix.
Se respiraba el buen humor que anticipa el verano.
Los gruñidos ausentes de unos perros sin rostro se vuelven violentos y amenazantes. Un hombre de cabello lacio y ojeras profundas sujeta a las dos bestias de sus correas, lleva una en cada mano. Se divierte. Enfrenta los hocicos de los animales que tratan de atacarse. Los junta, los separa. Se divierte. Lanza su pierna huesuda contra uno de los perros y lo patea dos veces.
No pude terminar mi helado sino hasta medianoche, cuando recordé que, después de haber sido asesinado a palos, Pochi se convirtió en un cerezo para el abuelo indicado.

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