martes, 11 de enero de 2011
Un día fuimos Eva y Lilith
Al menos tres veces me has perdonado en sueños. La última vez había sido pacífica, paseamos por una galería donde vendían las cosas que te gustan. Los vestidos que en ti son fetiche a mí me vuelven condesa.
Anoche intentaste encerrarme en un manicomio y yo sólo vine a darte un beso. Mi madre cálida y eterna me salvó de tu odio, de tus ganas apáticas de destruir el halo rojo que me rodea.
Aún te quiero, le pongo otros nombres a tus ojos de muñeca, otras ganas a tus labios de cera, fantasías al ácido de tu cueva.
Ya no me gusta el naturalismo y siempre desearé en silencio a los poetas malditos.
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