Caminaba por el antiguo asentamiento romano.
Noche; calles estrechas y húmedas.
Un "quiero volver a casa" rancio y raído; trapo de cocina usado, un poco apestoso y roto en las orillas.
Sigo siendo una niña, aunque ya no tenga la voluntad de caminar a saltos. Aunque sea una mujer cansada.
Pienso en la imagen del soldado herido que llorando y tembloroso dice "mamá".
Hastío. Abandono, tristeza y fastidio.
"Ánimo", me dice el vagabundo cuyo tumor facial había captado mi atención hace meses, "una sonrisilla".
Encantadora, le contesto: "Buenas noches".
"Igualmente", culminó, convertido para entonces en hidalgo.
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