Sentí que me faltaba el aire.
He leído tantos casos de teatros incendiados en la Nueva España. Creo que cada 20 años se quemaba uno y morían un puñado de personas.
El espacio entre mi asiento y la barandilla era muy estrecho, mis leggings y sweater picaban, tenía calor.
Cuando comenzó la obra el malestar no cesó y lo que vi me trajo a la memoria los conejos de Lynch
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